domingo, 24 de febrero de 2013

No creas todo lo que te dicen


El gato en la meditación

Habiendo escrito un libro sobre la locura, me vi obligado a preguntarme cuantas de las cosas que hacemos nos vienen impuestas por la necesidad y cuantas se basan en el absurdo.
¿Por qué usamos corbata?
Si vivimos en un sistema decimal, ¿Por qué el día tiene 24 horas de 60 minutos cada una?
Muchas de las reglas que obedecemos hoy en día no tienen ningún fundamento. Y a pesar de esto, si pretendemos actuar de una manera diferente, dirán que estamos “locos” o que somos unos “inmaduros”. Mientras tanto, la sociedad va creando sistemas que, con el correr del tiempo, pierden su razón de ser, pero continúan imponiendo sus reglas. Una interesante historia japonesa ilustra lo que quiero decir:
Un gran maestro zen, responsable del monasterio de Mayu kagi, tenía un gato que era su pasión. Durante las lecciones de meditación mantenía a su lado a su gato. Cierta mañana, el maestro, que ya estaba muy mayor, apareció muerto. El discípulo más aventajado ocupo su lugar.
¿Qué vamos a hacer con el gato?-la preguntaron los otros monjes.
En homenaje a su antiguo guía, el nuevo maestro permitió que el gato continuase presente en las clases de meditación zen.
Algunos discípulos de monasterios vecinos, que viajaban por la región, descubrieron que, en uno de los más prestigiosos templos de la zona, un gato participaba en las meditaciones. La noticia corrió.
Transcurrieron muchos años. El gato murió, pero los alumnos del monasterio estaban tan acostumbrados a su presencia que se hicieron con otro gato.
Mientras tanto,  otros templos  empezaron a introducir gatos en sus meditaciones: pensaban que el gato era el verdadero responsable de la fama y de la calidad de la enseñanza de Mayu Kagi, y se olvidaban de que el antiguo maestro había sido un excelente instructor.
Pasó una generación, y empezaron a surgir tratados técnicos sobre la importancia del gato en la meditación zen. Un profesor universitario desarrollo una tesis defendiendo que el felino tenía la capacidad de aumentar la concentración humana, y eliminar las energías negativas.
Durante un siglo, se consideró al gato como parte esencial en el estudio del budismo zen en esa región. Hasta que apareció un maestro que tenía alergia al pelo de los animales domésticos y prescindió del gato.
Se produjo una gran reacción en contra, pero el maestro se mantuvo firme en su decisión. Como era un excelente instructor, los alumnos continuaban con el mismo buen rendimiento en sus estudios, a pesar de la ausencia del gato.
Poco a poco, los monasterios –siempre en busca de nuevas ideas, y cansados de tener que alimentar a tantos gatos- fueron eliminando a los gatos de las clases. Al cabo de 20 años empezaron a aparecer nueva tesis revolucionaria como “la importancia de la meditación sin gato”.
Transcurrió otro siglo, y el gato salió por completo del ritual de meditación zen de aquella región. Pero hicieron falta 200 años para que todo volviese a lo normal.
¿Cuántos de nosotros nos atrevemos a preguntar por qué actuamos de determinada manera? ¿Hasta qué punto, en lo que hacemos, nos servimos de “gatos “inútiles que no eliminamos porque cierta vez nos dijeron que los “gatos “eran importantes para que todo funcionase bien ?

Paulo Coelho

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